Cultura tahitiana

El primer explorador europeo que pisó Tahiti fue Samuel Wallis, en 1767, pero la colonización de la Polinesia Francesa se remonta a algo más de mil años.

Los primeros emigrantes partieron del sudeste asiático y se asentaron en todo el Pacífico. Hoy en día, se pueden encontrar similitudes entre todos los pueblos del Triángulo Polinesio, que se extiende desde Hawái en el norte hasta la Isla de Pascua en el sureste y Nueva Zelanda en el suroeste.

En la Polinesia preeuropea, las danzas “eran numerosas y variadas” (W. Ellis, 1831), pero sobreviven pocos vestigios de este periodo. Lo único que sabemos es que hombres y mujeres bailaban, juntos o por separado. Algunas danzas se bailaban de pie, otras sentados.

Los músicos solían acompañar las danzas con un número limitado de instrumentos, principalmente el pahu (tambor de dos pieles) y una flauta nasal.

Asociada, como los tatuajes, con la desnudez y la sensualidad, la danza fue prohibida por los misioneros. No fue hasta la década de 1950 cuando este arte ancestral recuperó su lugar entre las costumbres polinesias, reinventándose el arte de la danza gracias a la transmisión oral y escrita de los viajeros.

Escultura, tejido, costura: la expresión artística de los artesanos polinesios es rica y variada. La mayoría de las materias primas proceden de la naturaleza: los mamás que tejen y confeccionan sombreros, bolsos y alfombras durante todo el día utilizan fibras vegetales como el pandano, la fibra de coco o el ni’au, la hoja de la palmera cocotera.

El amor y la contemplación de la naturaleza se reavivan con las suntuosas sábanas, conocidas como tifaifai. Las maderas preciosas como el tou o palisandro local y el miro o palisandro son realzadas por la habilidad carpintera de los hombres.

Algunos artesanos utilizan roca volcánica, coral e incluso hueso para fabricar diversos objetos. Pero sin duda es la perla de Tahiti la que adorna el cuello de todo tahitiano.